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Guía de Police Quest III: The Kindred
Guía añadida por Administrador el 2003-10-03
 


POLICE QUEST III
Han pasado casi dos años desde que aquella pesadilla estuvo a punto de
cambiar mi vida. Todavía me despierto sudoroso en mitad de la noche
recordando la mirada perdida de Marie, aquel rostro que reflejaba los
instantes de terror vividos hacía sólo unos minutos. Pero ahora que ella
está de nuevo a mi lado, ya no me importa recordar los terribles momentos
vividos durante nuestra primera primavera de casados. Aquel día, me había
despedido de Marie en el porche de nuestra recién estrenada casa, mientras
comenzaba mi nuevo trabajo de sargento en el Departamento de Policía de
Lytton. Por fin, había alcanzado un puesto de responsabilidad dentro del
Cuerpo, y estaba dispuesto a hacerlo lo mejor posible. Pero ya sea por suerte
o por desgracia, la posibilidad de demostrar mi valía se presentó demasiado
pronto... DÍA 1: COMIENZA LA PESADILLA
Cuando crucé la puerta principal de la comisaría me sentí realmente extraño. Por
primera vez en muchos años iba a abandonar el carcomido asiento de la sala de
reuniones para subir al estrado y leer el parte del día. Como no quería llegar
tarde, me encaminé rápidamente al despacho y recogí la nota que había encima
de la mesa. En ella se me instaba a llamar al orden a la oficial Pat Morales, que
había sido denunciada por tratar mal a un conductor detenido. Me dirigí a la
sala de reuniones y ordené a Pat que se presentase en mi despacho después
de la lectura del orden del día. Seguidamente, cogí el parte del lateral del podio
y distribuí las misiones entre todos los muchachos. Cuando abandonaron la sala,
regresé a mi despacho y mantuve una calurosa discusión con la oficial Morales.
Según ella, el conductor que la había denunciado no era más que un sucio
machista que no soportaba ver a una mujer vestida de uniforme. Yo no sabía a
quién creer, pero el tono amenazador de Pat y su nulo respeto a un oficial
superior me obligaron a declararla culpable. La chica no se lo tomó muy bien y
salió bastante enfadada de mi despacho.
Ya más calmado, examiné la mesa y descubrí otra nota que me daba permiso
para disponer de una de las nuevas tarjetas de ordenador. Subí al piso de arriba
y el encargado me la entregó a cambio de la orden de petición. En ese momento,
una voz femenina que provenía de los altavoces diseminados por toda la
comisaría pronunció mi nombre y me comunicó que se había producido una
emergencia en el parque Aspen Falls; el día empezaba movidito. Antes de
marcharme, recogí la linterna, la porra y el libro de notas de mi taquilla, así
como unas bengalas reflectantes y varias pilas del armario del pasillo. Cuando
llegué al lugar del aviso, me encontré con un pobre perturbado que anunciaba
a grito pelado la llegada de los extraterrestres. Al acercarme a él, me arrancó
la placa del uniforme y la lanzó al agua, quitándose la ropa y sumergiéndose en
el lago. Registré sus pertenencias y encontré el carnet de conducir y las llaves
del coche. Sin embargo, no había forma de sacarlo de allí.
Finalmente, conseguí enojarlo lo suficiente arrojando al agua una de sus
posesiones. Cuando salió, y sin perder ni un segundo, saqué la porra y lo
esposé. A pesar de que estaba en paños menores todavía encontré un pequeño
cuchillo escondido en los calzoncillos. ¡Menos mal que se me ocurrió
registrarlo! Volvimos a la Central y lo llevé a la sala de arrestos. Le entregué
sus pertenencias al oficial de servicio, y continué con la patrulla. Justo antes
de salir, otra llamada me comunicó que la oficial Morales había pedido ayuda
en la autopista principal.
Cogí las esposas y las pistola de la sala de arrestos y me dirigí al lugar indicado.
Otra vez Pat estaba discutiendo con un conductor, en este caso con una mujer
embarazada que rehusaba firmar la multa. Después de oír las dos versiones,
Pat me sugirió arrestar a la infractora y llevarla a la cárcel, pero, debido a su
estado, decidí dejarla marchar y constatar en la multa que la implicada había
rehusado firmar. Pat se metió en su coche y se largó sin decir palabra. Ya que
estaba en la autopista, seguí patrullando la zona hasta que me llamó la atención
una larga cola de vehículos que obstaculizaban el tráfico. Me acerqué a la
cabeza de la fila y obligué a detenerse al tipo que conducía, encendiendo la
sirena. Le pedí el carnet de conducir, lo introduje en el ordenador del coche
y tecleé el código de la violación para así obtener una citación. El señor Ruiz
se puso como un loco, pero no le hice mucho caso y seguí patrullando durante
un rato. Ya estaba empezando a aburrirme, cuando me encontré repentinamente
con un coche que iba haciendo eses. El pobre hombre estaba completamente
borracho, así que lo llevé a la comisaría. El test de alcoholemia, como era de
suponer, dio positivo. Le vacié los bolsillos y se lo entregué al oficial de guardia.
Mientras me dirigía al despacho y meditaba sobre lo monótona que es la vida
de un sargento de tráfico, otra llamada me alertó de que se había producido un
intento de asesinato en los aparcamientos de Oak Mall en la calle Rose. Al
bajar del coche, estuvo a punto de darme un vuelco el corazón cuando
reconocí que la víctima era mi mujer. ¡Aquello no podía ser verdad! Todo
parecía indicar que había sido acuchillada por un desconocido. En su mano
derecha sostenía una cadena rota que sin duda pertenecía al agresor. Nunca
podré olvidar aquellas angustiosas horas que pasé en la sala de espera del
hospital mientras Marie era operada a vida o muerte. A pesar de los esfuerzos,
fue imposible sacarla del coma. Lo único que se podía hacer era esperar.
Completamente abatido, volví a Oak Mall e intenté encontrar algunas pistas.
Después de echar a un fastidioso reportero que me entregó su número de
teléfono, recargué mi linterna y comencé la búsqueda. Al lado del coche de
Marie encontré una pequeña placa militar que sin duda se había desprendido
de la cadena. Sin nada más que hacer por el momento, me marché a casa a
descansar un poco. DÍA 2: EMPIEZA LA ACCIÓN
La llamada del Capitán me despertó con la noticia de que había sido destinado0
a Homicidios. Antes de marcharme, cogí la caja de música que tanto le gustaba
a Marie y me dirigí a la comisaría. Después de animarme un poco, el Capitán
Tate me ofreció el caso y me presentó a mi nueva compañera: la oficial Pat
Morales. Las cosas no podían empezar peor. El primer paso era localizar
posibles agresiones de similares circunstancias para intentar encontrar alguna
pista. Conecté el ordenador y revisé el expediente de Marie y el que me había
dado el Capitán. La otra víctima había sufrido el mismo tipo de agresión, con
una daga, pero además, la habían grabado un pentagrama en el pecho después
de morir. También introduje el número de serie de la placa que encontré en el
parking y descubrí que pertenecía a un tal Samuel Britt, asesinado en idénticas
circunstancias. Lo que parecía un asalto casual se había convertido en una
complicada red de asesinatos con las características típicas de una secta
fanática.
Mi compañero de despacho, Steve, me aconsejó avisar a la prensa para iniciar
la búsqueda de testigos, así que llamé al periódico local y pedí que publicaran
la noticia. Aprovechando que tenía encendido el ordenador, también consulté
el expediente de Morales, descubriendo que había sido investigada varias
veces por sus continuas desobediencias y destrucciones de pruebas. Lo mejor
sería tener cuidado con ella... Cuando acabé con el ordenador, me fui a
Evidencias y entregué todos los objetos que había encontrado. Por fin, había
acabado la jornada, así que fui a visitar a Marie. Le compré unas flores y le
puse su caja de música entre los brazos. Por un instante me pareció ver cómo
abría débilmente los ojos, pero seguramente fue un espejismo...

DÍA 3: LOS PRIMEROS INDICIOS
Al llegar a la oficina, una nota me comunicó el nombre de un supuesto testigo:
Carla Reed. Pat y yo nos dirigimos a su casa, si es que puede llamarse así a
un montón de periódicos amontonados en la puerta de un destartalado garaje.
La pobre mujer se asustó bastante cuando me acerqué, pero después de
enseñarle la placa se tranquilizó un poco. Lo malo era que no quería abandonar
su carrito, así que tuve que inmovilizarlo en una cañería. Ya en la comisaría, le
di algo de comer antes de utilizar el constructor de caras del ordenador. Al
cabo de unos minutos de colocar barbas y cambiar ojos, conseguimos
descubrir al primer sospechoso: Steve Rocklin. El tipo resultó ser un ex-convicto
que pertenecía a la secta Hijos de la Oscuridad, dedicada al tráfico de drogas.
Llevamos a Carla de vuelta a "casa" y nos largamos de allí, no sin antes
recuperar mis pertenencias. Repentinamente, Morales miró el reloj y me
pidió que la condujera lo más rápido posible a Oak Mall para hacer una
llamada urgente. Por si fuera poco, me di cuenta de que nunca se desprendía
de su bolso... DÍA 4: OTRO ASESINATO
Mi primer pensamiento de la jornada fue para Marie. El día anterior había
estado demasiado ocupado para visitarla, pero hoy no podía dejar de ir al
hospital. Lo primero que me encontré en la mesa fue una citación para
declarar como testigo en el juicio de Juan Ruiz. Antes de salir para el
juzgado, cogí la carta de velocidades del coche patrulla para demostrar
al juez que el señor Ruiz no iba a la velocidad correcta. Después del proceso
judicial, Pat tuvo otro de sus ataques repentinos de prisa y me pidió ir de
nuevo al Mall para telefonear.
Esta vez parecía tan apurada que incluso se dejó el bolso en el asiento. De él
colgaba una pequeña llave que utilizaba para abrir los cajones de su mesa de
la oficina. Confiando en mi instinto policial, realicé una copia en una tienda de
allí al lado, devolviéndola a su sitio justo antes de que Pat entrase en el coche.
En ese momento, escuchamos por la radio que se había producido un nuevo
homicidio en el 300 Oeste de la calle Rose. Nos dirigimos allí a toda
velocidad y, después de recoger los utensilios del maletero, me dispuse a
inspeccionar el cadáver. La escena no podía ser más deprimente. El pobre
desgraciado había sido acuchillado repetidas veces y depositado en un
contenedor de basuras. Al levantarle la camiseta para inspeccionar las heridas,
descubrí un horrible pentagrama grabado a punta de cuchillo en su pecho. La
Secta había vuelto a actuar. Registré detenidamente el cadáver y hallé el carnet
de conducir junto a varios restos de cabellos entre las uñas, que recuperé
cuidadosamente con uno de los utensilios. El nombre de la víctima era Andrew
Dent. Pasados unos minutos, se dejó caer por allí el viejo Leon, el forense. Le
devolví el carnet de conducir y me decidí a investigar la zona.
Aquel callejón abandonado parecía el escenario perfecto para todo tipo de
barbaridades. Me llamó la atención un viejo coche con una marca de pintura
de color oro que había sido grabada recientemente. Tomé una pequeña
muestra y volvimos a la comisaría. Entregué las pruebas en Evidencias y abrí
el expediente de Andrew en el ordenador. También recogí una nota del
hospital que me aconsejaba pasarme por allí. Aprovechando que Pat y Steve
se habían marchado, abrí el cajón de la mesa de Morales, pero sólo hallé un
papel con un número escrito en él: 386.
Me dirigí al hospital y estuve un rato hablando con Marie, aunque no sabía si
podía oírme. Cuando ya me iba a marchar, se me ocurrió mirar el informe
médico que había colgado en la cama. Sorprendentemente, la dosis de suero
que estaba recibiendo no coincidía con la marcada en el papel. Llamé
rápidamente a la enfermera, que se lo comunicó al doctor. Su cara enrojeció
cuando se dio cuenta de que habían cometido un lamentable error. Por
suerte, había sido descubierto a tiempo y no iba a influir en la recuperación. DÍA 5: SE CIERRA EL CÍRCULO
El tablón de anuncios del despacho comunicaba que al día siguiente todos los
agentes femeninos tenían que presentarse al examen médico trimestral. Una
buena oportunidad de ocuparme de Morales... Miré detenidamente el
expediente de Andrew para ver si el laboratorio había examinado las pruebas
y, efectivamente, así fue. La pintura color oro pertenecía a un vehículo Sedan
GM del año 1976. Llamé a la Central para que todos los coches patrulla
estuviesen atentos, y me fui a pedir consejo al psicólogo.
En realidad, el doctor Aimes estaba más chiflado que la mayoría de sus
pacientes, pero sus amplios conocimientos criminales podrían servirme
para algo. Casualmente no estaba en su oficina. Encima de la mesa hallé
un informe de la oficial Morales, que no hacía sino corroborar mis sospechas
de que estaba metida en algún asunto turbio. Cuando ya no sabía que hacer,
Steve me aconsejó que intentase buscar un patrón para todos los asesinatos.
Utilizando el ordenador, miré los expedientes utilizados hasta ahora y apunté
la localización EXACTA de los asesinatos y sus fechas. Después, fui
marcando en el mapa esos puntos, siguiendo un orden cronológico: primero
el de Samuel Britt en el 392 Sur de la Sexta Avenida; después el de la calle
Palm...
Mientras trazaba las rectas una terrible silueta se iba formando en la pantalla
del ordenador... ¡Los asesinatos eran las puntas de un pentagrama! Una de
ellas convergía en un punto que todavía no estaba marcado: el 200 Este de
la calle Palm. Sin perder un segundo, recogí el transmisor para seguir
vehículos en la sala de ordenadores y nos fuimos a la calle Palm. Cuando
le comuniqué a Pat lo que había descubierto me dijo que en aquel lugar sólo
había un bar llamado "Old Nugget". Al llegar allí, un Sedan de color amarillo
estaba aparcado en la puerta. Le coloqué el transmisor y entré en el bar,
mientras Pat cubría la puerta de atrás. Pregunté a los clientes si conocían
al dueño del coche, pero no estaban dispuestos a colaborar.
En ese momento, regresó del servicio un pintoresco personaje con un gran
parecido a Steve Rocklin. Me acerqué a él cuidadosamente, pero debió
darse cuenta de lo que pasaba porque sacó una pistola e intentó dispararme.
Por supuesto, no me pilló desprevenido. Lo disparé en el brazo y salió
huyendo. Antes de que pudiera alcanzarlo, escapó por la puerta de atrás,
donde se suponía que estaba Pat, y se largó en el coche. Gracias al
transmisor, pudimos seguir su rastro. Lo encontramos tirado en la cuneta de
la autopista. Por lo visto debe ser bastante difícil conducir con el brazo
herido... Coloqué unas cuantas bengalas para evitar accidentes y examiné el
cadáver. En el maletero, había cinco paquetes de cocaína que Pat se
encargó de custodiar. Regresamos a la Central y otra nota me recordó que
debía pasarme por el hospital. Marie seguía en coma, así que regresé de
nuevo al vacío hogar. DÍA 6: UN FINAL FELIZ
Cuando revisé de nuevo el expediente de Andrew había algo que no encajaba:
Sólo se registraban cuatro paquetes de cocaína, mientras en el coche habían
aparecido cinco. Como Pat estaba ocupada con las pruebas físicas, me fui a
registrar su taquilla. El hombre de la limpieza no me dejó entrar en los
vestuarios femeninos, así que lo entretuve con el papel higiénico. Utilicé la
combinación y, tal como esperaba, allí estaba la cocaína. Pat había estado
robando droga proveniente de las detenciones de diversos traficantes. Se lo
conté todo al Capitán y me prometió ponerlo en manos de Asuntos Internos.
También me dijo que el forense Leon quería hablar conmigo.
En su casa no había nadie, a pesar de que la puerta estaba abierta. En una de
las mesas encontré un sobre con todas las pertenencias de Steve Rocklin: un
libro y un anillo de la Secta junto con el colgante que regalé a Marie poco
después de conocernos. Eso demostraba que Steve Rocklin era el homicida.
Como Leon no hacía acto de presencia, me distraje examinando los muertos
del depósito de cadáveres -bueno, bueno, cada uno se divierte como quiere-.
Al poco tiempo, entró el forense y me entregó un recorte de periódico con mi
foto y un pentagrama dibujado encima, así como la dirección de Rocklin. Por
lo visto, la próxima víctima iba a ser yo.
El asesino había sido encontrado, pero yo estaba dispuesto a llegar hasta el
final y acabar con la Secta.
Antes de hacer una visita a la casa de Rocklin, me fui al hospital y le coloqué
el collar a Marie. El milagro se produjo: Marie abrió los ojos y me reconoció.
Por fin el peligro había pasado. Mucho más aliviado, me dispuse a seguir con
la investigación. Mientras montaba en el coche, la radio rompió el tenso
silencio que reinaba entre Pat y yo, comunicando que una casa de la calle
Peach se estaba incendiado. Mis sospechas se confirmaron cuando descubrí
que la casa era la de Rocklin. Registré lo que poco que quedaba y encontré
una pequeña habitación con el suelo cubierto de sangre alrededor de un
gigantesco pentagrama. Pero lo que más me impresionó fue una foto que
encontré en el salón principal. En ella, aparecían dos personas vestidas con
uniforme militar al lado de dos nombres y un solo apellido: ¡Jessie y Michael
Bains!
¡Los hermanos Bains! El primero había sido uno de mis más encarnizados
enemigos, hasta que acabé con el en un tiroteo hacía unos años. El intento
de asesinato de mi mujer parecía algo más que una simple casualidad... Cogí
unas muestras de sangre del pentagrama y nos fuimos rápidamente.
De nuevo Pat me pidió ir al Mall a hacer la acostumbrada llamada del día.
Aprovechando que allí estaba la oficina del Ejército, obtuve unos informes
sobre Michael Bains. Al parecer, Michael se había vuelto loco cuando Jessie
murió a manos de la policía, así que tuvieron que echarle del Ejército. Le
llevé los informes al psicólogo y me puso al tanto del carácter esquizofrénico
de Michael Bains. Después de entregar las muestras de sangre, nos dirigimos
a la dirección que se podía ver en la fotografía. El lugar era un descampado
presidido por una casa medio derrumbada, pero fuertemente protegida por
una puerta blindada y ventanas cubiertas con barrotes. Llamé varias veces a
la puerta, aunque nadie salió a abrir. La única forma de entrar era obteniendo
un permiso en el juzgado. No fue nada fácil convencer a la juez Simpson; al
final accedió y me entregó la orden de registro. Volví de nuevo a la casa, pero
no había manera de pasar, todas las entradas estaban fuertemente protegidas.
Regresé al juzgado y le pedí una nueva orden a la juez para utilizar métodos
más contundentes. Con todos los permisos en regla, regresé a la calle Palm y
me encontré con el blindado preparado para forzar la puerta. A una orden
mía, destrozó la entrada mientras yo entraba con la pistola desenfundada.
Nada más cruzar el umbral, tuve que abatir a un posible sospechoso que me
apuntaba con su arma.
Al ver mi destreza con la pistola, Michael salió del fondo de la sala y se rindió.
Registré la habitación y encontré un mando a distancia con un diseño muy
peculiar, que me permitió localizar un oscuro pasadizo detrás de la chimenea.
Al fondo de las escaleras había un pequeño laboratorio de coca, donde la
Secta fabricaba la droga. Justo cuando me disponía a salir, otro matón
apareció por detrás e intentó dispararme, pero fui más rápido y acabé con él.
En ese preciso instante, apareció Morales y se ofreció a registrar el
laboratorio. Cuando se acercó al cadáver, cogió su pistola y me apuntó, pero
un policía de Asuntos Internos entró en escena y consiguió salvarme la vida.
La Secta estaba desarticulada y un policía corrupto había sido
desenmascarado. Mi felicidad fue completa cuando, de vuelta al hospital,
Marie me dijo que estaba esperando un bebé. Habían sido los seis días
más difíciles de mi vida, pero como dice el refrán, bien está lo que bien
acaba, y en este caso las cosas no podían haber ido mejor.



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