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Guía de Monkey Island 2: LeChuck's Revenge - 3.5" Version
Guía añadida por Administrador el 2003-12-31
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Le había prometido que mi siguiente hazaña debía ser la que definitivamente me consagrara como un pirata famoso en todo el Caribe, y la única empresa de suficiente envergadura para garantizarme esto era la búsqueda de un tesoro. Pero no un tesoro cualquiera, sino el mítico Big Whoop. Nombrarlo entre piratas era como hablar del paraíso, y sin saber a ciencia cierta de qué se trataba, nadie dudaba en calificarlo como el hallazgo más importante que alguien podía encontrar en su camino. Así que ni corto ni perezoso, tomé rumbo al lugar en donde se decía que podían hallarse pistas sobre el tesoro: La Isla de Scabb.
EL EMBARGO DE LARGO (PARTE I)
El miedo siempre ha sido un arma poderosa para el que sabe usarla, y en ese arte parecía ser un maestro un personajillo que andaba haciendo de las suyas en la isla. Largo Lagrande era el nombre de un pirata que contaba entre los méritos de su curriculum con el hecho de haber sido lugarteniente de LeChuck. Apoyado en este dudoso título, había sabido crear un reino de terror en Scabb, llegando a convertirse en el dueño y controlador absoluto de todo cuanto acontecía por aquellas latitudes.
Su presión sobre los habitantes de Woodtick, la capital de la isla, así como sobre el resto del territorio, le reportaba pingües beneficios y estaba convirtiendo en insoportable la vida de todo bicho viviente en la isla Scabb.
Por ello, no es extraño que en mis primeros contactos para recoger información sobre el Big Whoop, todos terminasen contándome sus penas, y remarcándome el hecho de que aunque lograse averiguar algo, sería inútil, pues Largo había prohibido la salida de cualquier nave sin su consentimiento previo. Comprendí enseguida que el primer objetivo a conseguir sería eliminar al minúsculo tirano, y a ello dediqué todos mis esfuerzos.

UNA FÓRMULA MAGISTRAL
Después de indagar por aquí y por allá, conseguí la opinión de una experta en el tema (la hechicera del pantano), quien opinaba que la única solución estaba en el vudú, concretada en la confección de un muñeco con algunos objetos pertenecientes al desagradable enano, con lo que podríamos quitarlo de en medio. La receta constaba de los siguientes ingredientes:
- Algo de su ropa.
- Algo de su cabeza.
- Algún líquido de su cuerpo.
- Algo perteneciente a alguno de sus antepasados.
Para el primero de ellos, visité la única fonda existente en Woodtick, donde se alojaba Largo. El dueño no quería dejarme entrar, y tuve que emplear un pequeño truco para despistarle, dejando en libertad a su mascota. Con el camino libre, indagué un poco en la habitación y localicé por los pelos algo que podría cubrirme el segundo de los ingredientes. En cuanto a la ropa, no parecía haber ninguna prenda que pudiera ser útil a la vista.
En la taberna del Labio Partido, mientras tomaba una copa, fui testigo de una nueva humillación al tabernero, por el maldito Largo. Como colofón a su hazaña, dejó una huella asquerosa de su paso que yo utilicé como el tercero de los componentes de la fórmula, ayudado por un pequeño papel del cartógrafo para no ensuciarme.
Volviendo al asunto de la ropa, decidí darme una vuelta por la lavandería donde encontré a unos viejos amigos durmiendo la siesta. Tras un rato de animada charla, le hice un favor al pobre pata de palo yendo a buscar lustre para su pierna ortopédica, con lo que conseguí una propina. Supe que Largo no mandaba su ropa a lavar hacía siglos, cosa que ya había imaginado al sentir el tufillo que despedía cuando te cruzabas con él. Así que había que pensar en algo ingenioso.
Con la ayuda de un cubo y algo de porquería sobre la puerta, conseguí convencerle para que modificase sus hábitos higiénicos y enviase algunas prendas a la lavandería. Luego, encontré el ticket y recogí la ropa interior, con lo que obtuve el primer ingrediente de mi fórmula.
Ya sólo me faltaba el último componente de la receta, y ningún sitio me pareció más apropiado para investigar sobre sus antepasados, que aquel donde todos tomamos el descanso eterno. Provisto de una pala, dirigí mis pasos hacia un lúgubre cementerio en el que, tras investigar algunas tumbas, di con un pariente del Sr. Lagrande, que me cedió amablemente algo indispensable para dar sabor al caldo que me iba a preparar la simpática hechicera.
Sin demora e impaciente por ver el resultado, crucé de nuevo el pantano en aquella hermosa piragua, que parecía poco aerodinámica, pero que era muy cómoda y entregué a la experta los ingredientes de la receta.
Después de unos minutos de espera, salí de allí en busca del odioso enano, al que había terminado cogiendo ojeriza. Fue un placer verle saltar retorciéndose de dolor mientras le perseguía hasta que, por último, aceptó abandonar la isla.
No quise dejarle partir sin que supiera quién le había derrotado, y le conté que yo había sido el vencedor de LeChuck. Como Largo no me creía, cometí el error de enseñarle el trofeo que guardaba como prueba, momento que aprovechó para robármelo y salir pitando, mientras me decía que con aquello conseguiría resucitar a su jefe, el temido pirata LeChuck.
Desconcertado, acudo a la cabaña de la hechicera, quien me confirma que la amenaza de Largo es totalmente posible. Cuando le pido ayuda, me dice que no puedo hacer nada mejor que lo que tengo entre manos. El Big Whoop no es sólo un tesoro, sino algo tan poderoso que podrá incluso detener al pirata fantasma. Me entrega un libro sobre los datos que existen de él, en el que me informo que los que enterraron el tesoro fueron cuatro, y que dividieron el mapa que señala su situación exacta en la isla de Dinky en cuatro partes, tomando cada uno un camino diferente. Decido entonces fletar una nave y acudo para ello al único marino del lugar, el capitán Dread.
Este pobre hombre parece de todo menos marino. Sólo es capaz de ir, dando más vueltas que una peonza, a tres islas: Scabb, Phatt y Booty, y por supuesto, no ha oído ni hablar siquiera de mi objetivo, la Isla Dinky. Por si esto fuera poco, tiene un rollo acerca de un amuleto de cristal de su antiguo piloto sin el que no se atreve a partir.
Me estrujo el cerebro, hasta que se me ocurre tomarle prestado su instrumento de visión a uno de los chicos de la isla, y cuando todo parece arreglado, Dread me sale con la historia de las pelas.
Como no tengo la cantidad que me pide anticipada, tengo que buscar un trabajo que me permita reunir dinero. El único empleo pagado en la isla es el de cocinero en el Labio Partido, y ya tiene propietario. No hay nada que moleste más a un pirata que los pelos de rata en la Vichysoisse, así que con el viejo truco de la caja, el palito y la cuerdecita, aderezados con un cebo adecuado, capturo una y me las arreglo para echarla en la sopa. Como resultado, el cocinero es despedido, y yo consigo un anticipo de sueldo que me permite, por fin, fletar mi barco.

LOS CUATRO TROZOS DEL MAPA (PARTE II)
Según el libro que tenía en mi poder, los que ocultaron el tesoro eran cuatro singulares personajes. Rapp Scallion, cocinero del barco, que había montado un negocio de perritos calientes en la isla de Scabb después de separarse de sus compañeros. El joven grumete Lindy, que deambuló sin rumbo fijo hasta que se asentó en la isla Booty. El primer oficial Rogers, quien se retiró a un islote cercano a la isla Phatt, y que se dedicó a la venta y consumo de Grog, bebida nacional de los piratas. Por último, estaba el Capitán Marley, que se perdió en alta mar cuando participaba en unas regatas.
Como hasta el momento no tenía ninguna pista concreta, decidí comenzar por la isla de Phatt. A mi llegada a la misma, un gran cartel con mi rostro y la palabra SE BUSCA sobre él fue lo único que me dio tiempo a ver, antes de ser apresado por el guardia de turno. LeChuck no quería correr riesgos, y había puesto precio a mi cabeza.
El seboso gobernador de la isla quería asegurarse el suministro de foie-gras durante los próximos cien años, y había visto en mi cabeza la solución a sus problemas de tesorería. Por suerte, yo había seguido unos cursos de escapismo por correspondencia y no me fue difícil conseguir que el perro me diese la llave de la puerta. Recogí antes de irme todas mis pertenencias, y hasta un sobre en cuyo interior había un plátano y un organillo.
Deambulo sin rumbo fijo por la isla, y entre callejón y callejón consigo el truco para ganar a la ruleta. Me embolso unos doblones, y una atractiva invitación para una fiesta de disfraces en la vecina isla Booty, organizada por la Gobernadora Marley, quien, según todas las pistas, podría ser mi amada Elaine.
En la biblioteca, repaso un extenso fichero y localizo en él tres libros muy interesantes: Uno de recetas vudú, otro de Grandes Naufragios y, cómo no, lo último de Corín Tellado, que tengo que reconocer que me chifla. Además, en la reproducción a escala, encuentro algo que le debo a un pobre chico en Scabb, y no dudo en cogerlo.
Harto de dar vueltas sin fruto, decido arriesgarme a visitar al gordo Gobernador para intentar sonsacarle algo sobre LeChuck. Descubro que es como intentar hablar con una ballena recién comida. No obstante, no le guardo rencor por lo que ha intentado hacerme, y le dejo el libro de Corín Tellado para que se ilustre, llevándome una novela sobre Piratas Famosos a cambio.
Vuelvo a Scabb para llevarle a un pobre muchacho algo que le permita continuar con su trabajo y, después de hacerlo, me acerco al Labio Partido a tomar unas copas. Siempre me ha gustado la menta, y aunque no la hay en el local, a base de mezclas, llego a tomarme una copa de algo que se le parece bastante y que guardo para el resto del viaje, pues no me gusta demasiado el Grog.
Al músico decido darle lo que más le gusta, aunque a la hora de colocarlo tengo tan mala puntería, que el pobre se queda cuajado. Como ya no toca, el barman me pide que lo saque a tomar el aire, así que me lo llevo conmigo.

LOS VIEJOS AMORES NUNCA MUEREN
El corazón me estaba diciendo que era mucha casualidad la existencia de dos Gobernadoras Marley en el mundo, así que decidí sin más demora dirigirme a la isla de Booty.
Tenía la invitación para el baile de disfraces, y comprobé que la organización de la ruleta callejera era estupenda, pues me habían reservado hasta el disfraz. Ya en el palacio de la Gobernadora, me llamó enormemente la atención un trozo de mapa situado en un marco, que parecía ser una de las cuatro partes que yo buscaba! En segundos asocié el apellido de la Gobernadora con el del viejo Capitán Marley, propietario de uno de los trozos del mapa.
Olvidé a lo que había ido por allí, y con disimulo me lo guardé. Todo hubiese salido perfecto, de no ser por el buen olfato del perro, y por lo bestia que era el jardinero. Fui conducido arriba, y comprobé que mi amada y la Gobernadora de la isla eran la misma encantadora persona.
Después de una "cariñosa" discusión, Elaine arrojó el mapa por la ventana, lo que me obligó a salir pitando escaleras abajo. Pero todo fue inútil. Lo perdí de vista cuando un fuerte viento se lo llevó con brusquedad, dejándome perplejo.
Entonces me di cuenta que no me había portado bien con Elaine, anteponiendo mis intereses al amor. Volví a buscarla a su habitación, pero no estaba, por lo que aproveché para recoger un objeto que ella tenía y que a mí me gustaba bastante.
Ella ni siquiera estaba en la cocina, de donde birlé un pescado por si luego me daba hambre. Dispuesto a encontrarla, comencé a recorrer la isla en su búsqueda, pero todo parecía inútil. Pregunté en la tienda del buhonero local, quien aprovechó para colocarme todo lo que pudo. Sólo consentí comprar aquello que me pareció que podía serme útil, entre lo que había algo cortante, algo para hacer música, y algo para dejar mensajes.
Siempre he sido muy coqueto, y aunque al loro le pasaba lo mismo, conseguí distraerlo con una silueta de otro loro colocada en el sitio de un cartel de la tienda. Así conseguí también un instrumento para controlar mi aspecto cada mañana al levantarme.
En la tienda de Stan, que había cambiado de negocio desde mi anterior aventura, recibí una completa información sobre ataúdes, criptas, funerales,etc. La Capitana Kate me ofertó sus estupendos viajes. Participé también en un original concurso de salivazos, en el que sólo pude vencer combinando varias de mis habilidades. Tuve que tocar el instrumento, para distraer al público mientras hacía una pequeña trampilla.
Luego me tomé un copazo y esperé las mejores condiciones climatológicas para conseguir un lanzamiento de récord. Recorriendo la isla más a fondo, localicé hacia la mitad de un acantilado el trozo del mapa que se me fue volando, y pensé que si no podía bajar por él, también podría intentar "pescarlo". Por último, encontré un enorme árbol en cuya copa alguien había construido una cabaña, y que parecía un buen sitio para que Elaine lo utilizara como refugio.
Intenté subir usando el remo, pero se rompió y me di un batacazo tan grande que perdí el conocimiento. En mi sueño, mis padres venían a ofrecerme un genial número musical sin ningún desperdicio. Al despertar, decidí que no podía dejar rincón sin explorar y busqué la ayuda de un técnico en reparaciones de madera, para conseguir subir a la cabaña.
Sin embargo, arriba no había nadie, tan sólo un viejo catalejo, que decidí llevarme para ver el porvenir un poco más claro.

EN BUSCA DEL MONO LOCO
Comprendí que mi amada estaba realmente enfadada, y consideré sensato por mi parte el hecho de abandonar la isla de momento, y seguir con mi búsqueda del Big Whoop. Nunca he sido un engreído, y los trofeos me han parecido algo inútil. Por ello, intenté hacer un trato con el buhonero, que tenía en su poder una de las partes del mapa. Sin embargo, aunque me valoró bien lo que le entregué, me dijo que sólamente me daría la parte del mapa a cambio del mascarón de la proa de un barco que había naufragado hacía varios años.
El galeón se llamaba el Mono Loco, y sólo unos cuantos arriesgados marinos habían intentado localizarlo sin éxito.
Estaba claro que yo necesitaba el mapa, así que decidí partir cuanto antes en busca del Mono Loco. La capitana Kate aceptó encantada llevarme a cambio de su justo precio, y gracias a la documentación con que contaba, me fue fácil indicarle las coordenadas del naufragio.
Para alguien capaz de contener la respiración durante diez minutos, bucear es un juego de niños. Sólo hubo un pequeño problema debido a que el Mono Loco era más cabezón de lo esperado. Por suerte, Kate me echó un cable en el momento justo.
Vuelvo a hacer tratos en Booty, y consigo por fin, mi primera parte del mapa. Decido intentar recuperar la que está en el acantilado, y recuerdo que en la isla Phatt vi un pescador, que podrá proporcionarme lo que necesito.

UN POCO DE FONTANERÍA
Para moverme con seguridad por la isla, sabiendo que hay precio puesto a mi cabeza, me invento la manera de camuflar el cartel de SE BUSCA con un folleto con el que cubro mi rostro en el papel, y me encamino hacia el muelle a hacer tratos con el pescador.
Le derroto en la apuesta enseñándole una buena captura, y me hago con la caña que necesitaba. Pero cuando voy a dejar la isla, me entero de que la Capitana Kate ha sido atrapada por culpa de mi idea. Un auténtico caballero nunca dejaría a una chica en apuros, así que utilizo mis influencias para sacarla de la celda.
Cuando voy a pedirle disculpas por mi treta, Kate sale disparada diciendo que a ella no vuelven a pillarle, y se deja olvidadas sus pertenencias, entre las que encuentro una botella de casi-grog, la bebida de las mujeres piratas.
Ya que estoy en Phatt, decido indagar en busca del primer oficial Rogers, quien anduvo en negocios de grog por la zona. En una parte remota de la isla, junto a una cascada, encuentro una extraña bomba que consigo mover con la ayuda de un amigo con manos hábiles, produciéndose una reacción que me deja boquiabierto. Me adentro en los túneles, y salgo a una pequeña isla que había visto desde lejos a mi llegada a Phatt.
El único habitante no puede ser otro que Mr.Roger, pues me invita a un concurso en el que el ganador será quien consiga beber más grog de su destilería personal. Intuyendo el peligro, doy un cambiazo y le dejo al pobre totalmente K.O.
Luego, usando cristales dentro y fuera de la casa y con la ayuda del sol, localizo el resorte adecuado para bajar al sótano, donde descubro escondida la segunda parte del mapa.
Animado por lo bien que estaban saliendo las cosas, corro a la isla de Booty a echar un rato de pesca en el acantilado. Cuando al final consigo que piquen, un pajarraco me gasta la broma de llevarse el mapa. Lo sigo como puedo, y terminamos en el árbol grande.
Mi sorpresa es mayúscula, pues parece imposible localizar el original entre tanta copia. Sin embargo, hay alguien cuyo olfato no se dejará engañar en esta prueba, pues estoy seguro que sólo con el hecho de que Elaine haya tenido el mapa en sus manos, habrá dejado una huella que este buen amigo sabrá reconocer. Corro a buscarle, y me alegro al comprobar que se viene conmigo de buena gana.
Por fin, llegados a la cabaña aérea, tengo la alegría de conseguir la tercera parte del mapa. Parece que sólo me falta aquella que perteneció al cocinero Scallion, y este personaje se afincó en la isla de Scabb, así que vuelvo a donde empecé, ilusionado por completar esta prueba.

PERRITOS CALIENTES PARA CONTINUAR
Tras algunas indagaciones, descubrí que el pobre Rapp había muerto quemado, tras sufrir un accidente en la cocina del restaurante que había montado junto al mar. Su cuerpo descansaba en una cripta del cementerio, que pertenecía a la compañía de pompas fúnebres más potente de las islas, de la que era propietario mi viejo amigo Stan.
Sin embargo, no era nada fácil birlarle la llave de la cripta, pues él sólo pensaba en venderme algún ataúd usado. Como siempre, se me ocurrió una idea propia de mi inteligencia: aprovechando el momento en que Stan me mostraba lo cómodo del interior de uno de los féretros, utilicé lo que le había quitado al carpintero mientras salió a arreglar una pata de palo que, por "accidente" se había estropeado.
Con la llave de la cripta, volví a Scabb y me dirigí al cementerio. Localizar el ataúd adecuado fue fácil gracias a que leo mucho y soy un chico ilustrado, pero, para mi sorpresa, sólo encontré cenizas. Con ellas yo no era capaz de hacer nada, pero había alguien que seguro sí podría obtener algún provecho.
Le llevé una muestra de ellas a mi vieja amiga, y me preparó el mejunje adecuado, con el que pude entrevistarme con Rapp.
El pobre cocinero andaba obsesionado con la factura que iba a pasarle la compañía del gas, así que le eché una mano, a cambio de la cual me dio lo que andaba buscando desesperado. Loco de contento, reuní sin perder un instante las cuatro partes del valiosísimo mapa, pero advertí que no parecían encajar del todo bien.
Llevé el mapa al amigo Wally, el cartógrafo, que me dijo que me ayudaría encantado, si le echaba una mano e iba, mientras él lo estudiaba, a recoger un encargo suyo a casa de la hechicera. Estando allí, la vieja tuvo el presentimiento de que algo raro pasaba con el cartógrafo, y salí pitando, llevando en mis manos el recado del pequeño.
Cuando llegué al pueblo, lo que estaba temiendo había sucedido: Wally había sido raptado. El malvado LeChuck había conseguido lo que quería, pues además de dejarme sin el mapa, ahora había un motivo importante para que acudiese a su terreno, donde le sería más fácil eliminarme sin problemas.

EN LA FORTALEZA DE LECHUCK (PARTE III)
Los chicos de Seur se portaron estupendamente, pues llegué a la isla sin demasiadas magulladuras. Con más miedo que otra cosa, subí por unas escalinatas que me condujeron a un laberinto de huesos, en el que casi llegué a perderme.
Por suerte, contaba con una chuleta de la letra de una cancioncilla que tenía metida en mi mente desde que la oí. Tarareándola, conseguí tranquilizarme y encontrar la forma de pasar el laberinto.
Tras él, un enorme portón con muchos cerrojos pretendía impedirme la entrada. Menos mal que uno no es demasiado corpulento, y a veces puede colarse por algún sitio más pequeño. En la sala del trono, cuando tenía la llave de la celda al alcance de mi mano, una trampa dejada por el pérfido LeChuck, me atrapa y me deja sumido en la desesperación.
Hablando de desesperaciones, fue enorme la que sentí al verme colgado de grilletes junto al pequeño Wally, formando parte de un complicado y enrevesado mecanismo de tortura china, que amenazaba con dejar nuestros huesos limpios de carne. El pirata fantasma quería aumentar el mobiliario de su impresionante palacio, y había decidido fabricar una silla con todos mis huesos, para oír como estos se quejaban por su triste suerte por el resto de la eternidad.
Cuando nos quedamos solos, intenté todo lo que podéis imaginar para liberarme sin ningún éxito en mi gigantesca empresa. Luego, un trago de mi bebida favorita, que por suerte llevaba entre todas mis pertenencias, consiguió devolverme el ánimo y darme la idea que sirvió para escapar. Lo malo fue que la escapada terminó de una forma un tanto explosiva para todos.
Seguramente Wally salió disparado en dirección contraria a la mía, y, con un poco de suerte, aterrizó cerca de la isla de Scabb para seguir con sus mapas, realmente lo único que le preocupaba en su laboriosa y ocupada vida. Por mi parte, la puntería fue muy buena, pues vine a dar de morros nada más y nada menos que con las hermosas playas de la isla Dinky, objetivo de todos mis esfuerzos durante la compleja empresa en que estaba envuelto.

LA ISLA DEL TESORO (PARTE IV)
El comité de bienvenida estaba integrado por el viejo loco de Herman Toothroot, y un simpático loro que, desde mi llegada, no cesaba de hablar de un tesoro que alguien había escondido, lo que sonaba como música celestial a mis oídos.
Para animarle a seguir hablando, le regalé una galleta añeja que encontré en un viejo barril, y la cosa pareció funcionar, pues me largó una especie de mensaje que conseguí interpretar internándome en la jungla.
Como el loro no quería seguir colaborando, me acordé de una vieja receta que me enseñó mi madre para hacer galletas caseras: se va uno a la tienda y compra un preparado especial al que sólo hay que añadir agua dulce, para conseguir unas galletas crujientes. ¿Qué en la selva no hay tiendas? Es cierto, pero también lo es que en los árboles crecen los más extraños frutos. Eso sí, para brindar por la recolección, siempre es bueno llevar una buena botella a mano, aunque no sea de marca.
Llegado al lugar de la marca en forma de "X", un buen rato cavando, me demostró que la dinamita se inventó para algo, aunque no siempre el resultado sea el esperado. Cuando casi podía alcanzar el ansiado Big Whoop, un error de cálculo me puso en una situación comprometida.
Intenté aprovechar la ocasión para hacer las paces con Elaine, pero no tuve el tiempo suficiente. Me precipité al abismo, convirtiendo con el batacazo en polvo el tesoro que tanto esfuerzo me había costado encontrar.
Para colmo de males, el malvado LeChuck me estaba esperando, como si desde el principio hubiese estado jugando conmigo, permitiéndome creer que estaba ganándole la partida.
Con una voz de ultratumba, me contó que él y yo éramos hermanos, y que por fin había llegado la hora de su venganza. Luego sacó un muñeco de su bolsillo, y para mí comenzó el purgatorio.

LA BATALLA FINAL
Después de intentar escapar tomando un ascensor, al que tuve que aligerar de peso a base de gas sobre todo lo que pude llenar con él, comprendí que por ahí no iba a ninguna parte, y que había llegado el momento de la batalla final. De aquí sólo podría salir un vencedor, y tenía que procurar que fuera yo. Ya una vez había vencido a LeChuck, pero estaba claro que en esta ocasión él era aún más fuerte.
El combate habría de ser en un terreno que en esta ocasión se llamaba Vudú, así que comencé a recordar la fórmula que había servido con Largo Lagrande:
- Algún líquido de su cuerpo.
- Algo de su ropa.
- Algo de pelo.
- Un hueso de un antepasado.
Para conseguir el líquido, le presté un pañuelo en el que me dejó un recuerdo imborrable. La ropa no fue precisamente de la parte más limpia, y fue necesario aprovecharse de la tacañería de un pirata que era capaz de olvidar por unos segundos su venganza para recoger una moneda. El pelo no fue de la cabeza, aunque se lo arranqué de la parte más cercana a ella.
El hueso, por último, nos lo cedió nuestro pariente más cercano, ahora que LeChuck y yo habíamos comenzado a ser familia.
Como no había ninguna hechicera a mano, utilicé como mezclador el recipiente que tenía de ella, y un muñeco para transferir a él todo el poder del vudú.
¿Os imagináis el resto? Seguro que no. Aunque conseguí reducir a mi pérfido hermano, yo no acabé siendo el famoso pirata que deseaba. Todos mis sueños se diluyeron en la nada, con la vuelta a una realidad inesperada.
De todas formas, si preguntáis a cualquiera quien fue Guybrush Threepwood, estoy seguro que sabrán contaros algo de mí, el único pirata que fue capaz de encontrar el tesoro del Big Whoop, derrotando al temido LeChuck en su propio terreno.



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